Se tumbó en la cama suavemente, sin ninguna prisa, quería disfrutar de ese momento, de cómo el placer de tumbarse en su cama mullida y blanda aumentaba en él, quería conservar esa sensación en su recuerdo, pero él realizaba este acto a conciencia, quería comenzar a relajarse como acostumbraba a hacer todos los domingos después de la comida. El ambiente de la habitación era oscuro, la poca luz que entraba por la ventana lo hacía a modo de resplandor, formando pequeños hilos de claridad en los cuales se podían observar las motas de polvo flotando sin ningún destino, como queriendo permanecer en la eternidad; todos estos detallas le daban un toque antiguo y hasta tenebroso a la pequeña habitación, casi no se podía observar nada, los detalles propios de la habitación estaban ocultos en la oscuridad, se podía percibir la silueta del muchacho ya tumbado en su cama, un joven moreno, tal vez unos diecisiete años, unos labios carnosos y un cuerpo al cual se le podía observar su dedicación al deporte; estaba sano, con algún músculo sobresaliendo del resto. Sus piernas eran largas y parecían fuertes, ágiles, debería de ser un gran corredor; su pecho, casi formado y en el cual se podían observar algo de vello era de una gran belleza. En ese instante, en ese momento de dolor para el oído y placer para la vista, empieza a escucharse un susurro, unas palabras que proceden del equipo de música al cual era muy difícil saber su paradero, parecía que invadía todo, hasta el rincón más oscuro; cada segundo que pasaba se podía apreciar que ese susurro indeterminado se estaba convirtiendo en una especie de cántico, una preciosa melodía cantada por mujeres de voz muy grave, parecían, como se suele decir, ángeles. Cada segundo que pasaba esa melodía aumentaba de preciosidad, ahora, el sufrido oído que nos encontrábamos hace poco es quien más disfruta, la habitación se envuelve en esa melodía. Poco a poco, esa melodía se introduce en la mente del muchacho, y esto provoca la reacción que tanto ansia conseguir. Olor a agua salada, el muchacho percibe ese olor más y más cerca, parecía que se encontraba cerca del mar y así era. Se encontraba en una gran playa, con una arena extremadamente blanca; una playa que se extendía hasta donde alzaba la vista, y en ella, a unos cuantos metros del mar aparece nuestro muchacho, sentado, con las rodillas flexionadas y con su cabeza apoyada en estas. Empezaba a despertar, abría los ojos poco a poco, con cuidado, como si fueran muy frágiles y a la vez va elevando la cabeza hasta que el su vista se acostumbra al ambiente; una gran sonrisa recorre su preciosa cara cuando descubre donde se haya. Descubre que el mar tiene un color extremadamente bello, aguas cristalinas la formaban, un mar que al igual que la playa se perdía en el horizonte. No intentaba localizar el lugar donde se hallaba, sabía que ahora la geografía que había aprendido no le ayudaría a guiarse porque esa playa solo se encontraba en su mente, era única, al igual que la belleza con la cual el moreno joven se la imaginaba. El cántico no desapareció en ningún momento, seguía allí pero ahora procedía del mar, unas aguas muy tranquilas que con el mecer de la brisa marina arrastraban a la costa esa música que creaba esa sonrisa de niño que tenía en su cara, una sonrisa sincera y agradable. No tardó mucho en descubrir que se encontraba desnudo, sin ningún tipo de bañador o de slip, sentía la fresca arena por todo su cuerpo, una sensación muy poco conocida por él, nunca algo que había imaginado era tan real, se encontraba en su mejor fantasía. Se quedó mirando el mar, solo con su soledad, lo miraba sin mirarlo; no se fijaba en la belleza, sino en lo que significaba para él ese lugar, el porque su mente lo ha trasladado allí, tenía muchas preguntas y muy pocas respuestas. Pensó muchas cosas, pero la idea que más aceptación cobrara era que ese lugar representa sus recuerdos, un mar de recuerdos tenía a sus pies, un lugar donde se encuentran los buenos recuerdos en la superficie del mar y los malos en las oscuros y profundas aguas del fondo. Pensó en caminar un poco mientras esos recuerdos bañaban sus pies, quería pasear por esa playa, pero lo hizo muy despacio, apoyó su mano derecha en la arena y se elevó hasta erguirse. Lo hacía poco a poco, como si el tiempo fuera muy lento, muy tranquilo. Incluso de pie, esa playa se perdía en el horizonte, pero eso no le preocupaba, solo quería caminar, pasear; se acercaba igual de lento hacía el mar, el cántico aumentó de intensidad mientras más se aproximaba, ahora, su teoría de que los recuerdos lo llamaban era inevitable. La primera vez que sintió el agua en sus pies fue como si la mejor geisha del mundo le estuviera haciendo un masaje en los pies, si sonrisa aumentó y ahora ya no pensaba en el porque, solo caminaba hacía su derecha, caminaba para olvidar y disfrutar. No tardó mucho en divisar un objeto que se encontraba no muy lejos de él, parecía sonarle de algo, así que intentó acelerar el paso para ver que era, seguro que algún recuerdo que su mente quería que observara. Cada vez estaba más extrañado, parecía como si no pudiera llegar a él, mientras más rápido caminaba más se alejaba del objeto. No fue muy difícil comprender que sucedía, debía de ser que rompía con la armonía del lugar, aprendió que para llegar a él debería de caminar como lo había hecho hasta ahora, sin ningún tipo de prisa. Al precortase de que su idea surtía efecto, y para no estar mirando al objeto, giró su cabeza a la izquierda y observó la mar; el cántico aumentaba aun más su intensidad pero aun así, no molestaba al oído, era una música muy agradable. Cada paso que daba era gloría para sus pies, cada nota que pasaba era gloria para sus oídos, cada segundo que trascurría era una gloría para sus ojos y mientras todo esto pasaba y recordando el porque de su caminata giró de nuevo su cabeza y, efectivamente, el objeto que se encontró era una parte de su pasado. Una cometa de color rojo hecha por él cuando tendría 6 años se encontraba en la ahora, estaba nueva, como recién hecha y la cuerda parecía brillar, re arrodilló ante ella y pensó que lo más posible es que fuera plata, pura plata era lo que sostenía en sus manos pero, no pesaba, era muy ligero. No tuvo que pensar mucho sobre que era lo que su mente quería que hiciera, se puso de pié y confió fuertemente el ovillo de cuerda de plata y empezó a correr y no tardó mucho en alzar el vuelo esa cometa, era espléndido, estaba muy feliz, jugando como un niño pequeño con su cometa en el lugar más maravilloso en el cual nunca se había encontrado. Corría y corría, su vello cuerpo desnudo se movía al son de las pequeñas olas que llegaba a esa playa y al igual del tempo del cántico. A él le daba la impresión de ir deprisa, pero caminaba muy despacio, sin cambiar la armonía del lugar, todo transcurría en un tiempo muy tranquilo. La cometa se alzaba más y más, hasta que el muchacho se detuvo y comenzó a obsérvala, como volaba, como permanecía quieta en el aire sin querer bajar y en ese instante, cuándo alcanzó su punto más alto, el joven observó que comenzaba a cambiar, un brillo indefinido provenía de ella, tuvo de taparte los ojos con las manos y dejar caer el poco ovillo de plata que tenía en las manos. Cuando se percató de que ese brillo había desaparecido, abrió los ojos; a estos le costó mucho acostumbrarse al ambiente pero merecía la pena con tal de observar ese fantástico espectáculo, una ave de fuego daba círculos por encima de él, enseguida vino a su cabeza la palabra “fénix” aves de fuego de la antigüedad. Volaba erguida, con una gran velocidad y cada vez que agitaba sus alas unas especie de polvo emergía de ellas; sin más motivo, la ave se dirigí hacía el mar, el muchacho observó que mientras hacía ese corto trayecto una pluma del ave cae de alguna parte de su precioso cuerpo hacía la blanca arena, pero antes de que esto ocurra, el fénix se precipita sobre el agua, sumergiéndose en ella. Estaba preocupado, no sabía el motivo del suicidio del ave, así que solo le quedaba ir a ver la nunca parte de su cuerpo que había sobrevivido. Se encontraba algo lejos y el muchacho tardó en llegar, cumpliendo con la norma de despacio tiempo que estaba vigente en aquel lugar de su mente pero mientras y al igual que había hecho cuando encontró la cometa, observaba en mar sin observarla. Cuando llegó al lugar no vio la pluma, ahora no emitía fuego ni calor, sino que era como cualquier pluma de paloma que se puede encontrar cualquiera por las plazas de las ciudades. Pero todo cambio, antes sus ojos, esa pluma empezó a formar parte del ambiente, se convertía en arena. Se hizo una pequeña montaña de arena pero está tenía un color rojizo. El muchacho no comprendía que había pasado y notó, en ese momento, que ese precioso cántico que provenía del mar ya no se oía. Abrió los ojos con mucho cuidado, empezó a ensalivarse la boca, la tenía seca la boca, ya no se encontraba en su preciosa playa, estaba en su sombrío cuarto, pero, después de todo ese sueño, el joven muchacho sonreía, lo había conseguida, había viajado al mar. | |