Detrás de esa duna, arena. Tras la arena, nada. Avanzar duele en este desierto, quema y mata de a poco. Las huellas en la arena son borradas por el viento para que nadie sepa que aquí caminó alguien con vida. El desierto se mete en los ojos y nubla la vista. Aun con los ojos despejados no se ve nada, no hay nada.Trepar la duna, ayudándose de las manos, sudando. Es una altura infinita por recorrer, por llegar a la cima y descender. Luego, sabe, solo habrá otra duna, arena de desierto muerta. Pero asciende. No se para, aun sabiendo que poca vida le queda. El desierto no tiene fin. El desierto, dicen, es el fin. Mientras avanza intenta recordar si hubo principio. Si hubo un tiempo en el que estuvo fuera de este desierto. Pero no recuerda. El sol, lejano, le impide recordar. Le golpea la cabeza, le impide pensar pasados mejores, en el presente jodido, en el futuro posible. El sol aturde y olvida y hace olvidar. El sol mata. El viento arrastra y hace retroceder. La arena le entra en la garganta ya seca y le impide gritar. La arena es una mordaza. Quemada por el sol, arrastrada por el viento, la arena le destroza la garganta al caminante. Tirado, su cuerpo se va quemando desde el suelo y desde el cielo. Y duele. Penando consigue levantarse, recorre los metros ya hechos antes de que el viento le barriese. Falta menos, pero es mucho. Llega a donde antes estuvo, respira más arena que aire, y continua. Pocos metros faltan ya. Llegando, piensa en rendirse. Morirá, sabe, y piensa en la diferencia entre morir junto al mar o morir acá, en el centro del desierto. Y cuando decide rendirse, sacando fuerzas, quizás de la propia arena, o del sol o contra él, camina y decide morir en la cima de la duna.Llega siglos después, y aunque desde allí podría ver todo el desierto, no mira y se deja morir. Pero quiere mirar por última vez, con esa pasión de algunos de no cerrar jamás los ojos, y ve. Agua. Al fondo, entre dos dunas, hay agua. Hay un oasis abierto al desierto que de él quiera beber. Y se sabe vivo. Levanta, se deja caer pendiente abajo, hundiéndose en la arena y surgiendo de ella, naciendo a cada metro que cae. Corre, y ríe. Ha vomitado toda la arena que tapaba su garganta y puede gritar. Y puede reír. Incluso el agua que beberá le da lágrimas que antes el sol había secado. Camina y corre. Se deja rodar por la arena, con tanto impulso que llegará hasta el centro del oasis y se hundirá en sus aguas y quedará vivo. Pero nunca llega. Queda tumbado entre dos dunas, sin saber, sin comprender. Allí solo hay arena. Demasiada. El espejismo, maldito traidor, le ha engañado. Piensa que los oasis no existen y que morirá, pero morirá entre dos dunas y allí quedará enterrado por la arena que el viento arrastra y el sol quema. Luego se levanta y camina. Hacia el final del desierto, que ahora debe andar más cerca. | |